En la madrugada entre el 5 y el 6 de febrero, varios terremotos de gran magnitud sacudieron Turquía y Siria. El resultado: una destrucción que ha costado miles de vidas y que ha sumido la zona en el caos. Manuel Pardo, vicedecano de la Universidad Católica de Murcia y enfermero del 061 en Murcia, fue uno de los voluntarios que se trasladó a Turquía para colaborar en los rescates.
Formado con los cursos obligatorios de asistencia en catástrofes, el lunes despertó con un mensaje de Bomberos Unidos Sin Fronteras: les solicitaban ayuda en la zona afectada.
Tras una larga travesía, el equipo del que formó parte también el médico Yassel Parra, llegó hasta Elbistan, la zona afectada que les fue asignada en Turquía.
“De camino, la sensación que teníamos era de estar en la guerra porque no parábamos de ver edificios derruidos, completamente colapsados”, recuerda Manuel Pardo, “y nuestro destino era una zona muy fría, de montaña, así que a lo ocurrido había que sumarle que no paraba de nevar, con temperaturas de -18 grados. El agua se congelaba cuando trabajábamos, y en la habitación donde dormíamos estábamos bajo cero”.
El equipo del que formó parte Manuel Pardo pasó una semana en el territorio que se les asignó.
En este tiempo revisaron edificios en busca de supervivientes. “Primero iba la unidad canina, que es capaz de detectar a través del olor cuando hay alguien vivo”, apunta el voluntario. “En caso de que detecten que hay alguien con vida, nos ponemos a trabajar nosotros. El rescate consiste en crear un túnel entre los escombros del edificio para llegar a la víctima, haciendo desescombro y apuntalando la zona para evitar que se derrumbe más”.
Así ocurrió en uno de los edificios: la unidad canina alarmó de que había una superviviente. Se encontraba a veinte metros de profundidad, lo que se tradujo en seis o siete horas de trabajo hasta que consiguieron llegar hasta ella. Cuando por fin la alcanzaron, quedaba la segunda parte: sacarla todavía con vida. Tras prestar la primera asistencia sanitaria, hidratando y tratando a la víctima del terremoto, el equipo de Manuel Pardo tardó otras seis horas en alcanzar el exterior. En total, catorce horas para completar el rescate de una persona.
“El primer momento es de alegría, porque encuentras a alguien que está vivo, que se puede rescatar. Pero luego viene el otro momento de miedo y responsabilidad al saber que tienes el reto de sacarla a tiempo”, recuerda Manuel Pardo.
Por desgracia, este fue el único caso en el que la unidad canina detectó supervivientes en los edificios. El resto del tiempo, los voluntarios ayudaron en otras tareas.
Cómo lo vivió
“Los días de trabajo intentas no pensar en los sentimientos y hacer solo una búsqueda obsesiva de personas. No piensas en ti. Luego, el gobierno turco nos informó de que se acababa la búsqueda activa de personas vivas, nos agradeció nuestro trabajo y nos tocó replegarnos. Entonces fue el momento de respirar, a sentir lo que hemos vivido. Y llega la parte emocional. Al final, aunque hayamos tenido un rescate de éxito, lo triste han sido las cientos de veces que hemos tenido que decir que no había personas supervivientes”, explica.
A su regreso de Turquía, el equipo de Manuel Pardo se encuentra en un proceso de recuperación de la normalidad, de la vida cotidiana. Para conseguirlo, desde la Gerencia del 061 les ofrecieron ayuda psicológica para el proceso de readaptación en el que se encuentran actualmente.
