El arbusto silvestre del café, el cafeto, procede de los bosques de la provincia de Kaffa, en Etiopía, la antigua Abisinia. El inicio del uso del café por los humanos no está confirmado. Se admiten dos teorías transmitidas por tradición oral. La primera, la del pastor Kaldi que se percató que sus cabras se revolucionaban cuando comían los rojos granos de esos arbustos. Compartió esta observación con monjes del monasterio vecino y estos crearon un brebaje para mantenerse despiertos sus oraciones nocturnas.
La segunda, la de los ancestros del grupo étnico nómada de los oromo o gallas. Ellos vivían en el cuerno de África donde crecía el cafeto. Se supone que descubrieron sus propiedades vigorizantes y machacando esos frutos rojos, lo mezclaban con grasa y fabricaban bolitas. Estas, facilmente transportables y no perecederas, se dosificaban como suplemento energético en sus expediciones y en las batallas.
Hospitalidad y generosidad
Las primeras referencias escritas sobre el café, del siglo XV, se atribuyen a Abd Al-Qadir al-Jaziri. El café fue exportado desde Etiopía a Yemen y, de ahí, a otros pueblos árabes. Fueron los musulmanes sufíes los que lo utilizaron como bebida para resistir despiertos durante sus oraciones a horas intempestivas. Por ello, su nombre era ‘gahwa’, vigorizante.
En la tradición de hospitalidad del pueblo árabe, ofrecer un vaso de café indica generosidad. La del café es una ceremonia que se realiza sin tiempo, sin prisa, seleccionando primero los granos de café, siendo de gran importancia para un café de calidad. Esta selección exige previamente el aprendizaje, desde la infancia, observando a los mayores. Los granos se trituran con entusiasmo y el polvo inunda el aire de la estancia con un aroma penetrante.
El polvo se coloca en una cafetera de cobre y al filtrarse agua hirviendo surge el líquido, concentrado, intenso y amargo. Se vierte en otra cafetera de cobre (más elegante) y se sirve en pequeñas tazas, en orden de precedencia, comenzando por el más anciano y el más importante.
Para saborear el café y deleitarse, se ha de tomar solo, sin leche ni azúcar, aunque puede añadirse especias al gusto, como azafrán, canela, cardamomo o clavo.
Café y tensión arterial
Aunque esté demostrado que la cafeína modifica la frecuencia cardíaca, la resistencia vascular periférica, la diuresis o la función suprarrenal… va a depender de cada individuo y de sus hábitos de consumo. Se admite que, en personas sin patología previa, tomar una sola taza de café diaria no es peligroso. Sin embargo, como la cafeína puede modificar la presión arterial, tomar más de tres tazas de café concentrado al día podría elevar la tensión arterial a largo plazo.
No obstante, es sabido que los consumidores habituales se convierten en tolerantes y necesitan cada vez más dosis para el mismo efecto. Esa tolerancia puede convertirse en pseudoadicción. Por ejemplo, personas que, desde par de mañana, necesitan una taza ‘para funcionar’.
400 miligramos de cafeína al día sería la dosis máxima en una persona joven y sana, pero aquellas personas con alteraciones cardiovasculares no deben tomar o no superar el consumo de 200 miligramos diarios. Sin olvidar que no solo el café contiene cafeína, también está presente en muchas bebidas refrescantes y energizantes.
Café y memoria
El café, como antioxidante, además de saludable, por sus componentes activos puede mejorar la memoria. De hecho, la cafeína tiene un efecto positivo en los procesos mnésicos: ayuda al almacenamiento de los recuerdos, aumenta la rapidez del procesamiento mental y es capaz de mejorar la memoria de corto plazo. Además, la cafeína activa diferentes neurotransmisores y estimula la atención, el tiempo de reacción e incluso el estado de ánimo positivo.
Asimismo, el consumo se ha asociado con una mayor longevidad, pero puede ser por que el café o bien mejore las condiciones físicas o bien que las personas con hábitos saludables incluyan café en su dieta.
Una taza de café diaria puede ser beneficiosa, pero no se debería pasar de tres. Todo tiene ventajas e inconvenientes y el café debe tomarse en su justa medida: en el equilibrio está la virtud.