El rosa no era el color femenino de niñas y mujeres hasta que Henry Edwards Hungtington, neoyorquino emprendedor del ferrocarril y coleccionista de arte del siglo XIX-XX, compró dos famosos cuadros del siglo XVIII en los que los niños iban vestidos de azul (The Blue Boy) y las niñas de rosa (Pinkie).
Esa división por colores nunca había sido así, pero la fama de estos cuadros y de su dueño cambió las estrategias de marketing de los grandes almacenes de la época y, a partir de entonces, el rosa fue el color de las chicas en todo el planeta.
La tasa rosa
La tasa rosa es el impuesto rosa, que se refiere a los costos especiales que deben desembolsar las mujeres cuando compran productos femeninos que, aunque sean equivalentes a los utilizados por los varones, el solo hecho de ser para consumo femenino resultan en un precio más elevado, más caro, que productos equivalentes para varones: mismo producto, misma marca, pero distinto color tiene diferente precio.
El incremento de precio, respecto a un producto similar para varones, suele ser de al menos un 7%, aunque puede superar el 150% y, de media, puede superar los mil euros anuales.
La tasa rosa no es un mito, es una realidad. Es una injusticia muy extendida y casi oculta, que debe ser corregida, máxime cuando en su mayoría se trata de productos necesarios para la salud y para la higiene femenina.
Se le denomina tasa rosa porque muchos de esos productos femeninos son de ese color, y como hemos comentado, desde hace más de 100 años el rosa se identifica con el sexo femenino. El marketing diferencial ha estudiado esta realidad y ha concluido que:
- Ocurre en casi todos los productos femeninos, desde la niñez a la menopausia.
- Muchas mujeres no son conscientes de que esto esté ocurriendo en los estantes, mostradores y puntos de venta de los supermercados o de las tiendas.
- Las ediciones limitadas, cuyo coste de producción es mayor, se dirigen principal mente al sexo femenino.
- Las mujeres están dispuestas a pagar más por productos más sofisticados, elaborados o más estéticos que son de mayor precio por que se invierte más en la publicidad o en el diseño de recipientes y paquetes.
Precios de género
Aunque también existen precios más elevados en artículos financieros para mujeres, como préstamos o hipotecas, la tasa rosa ha sido tradicionalmente evidente en los estantes de mercancía femenina de las tiendas y supermercados. Por ejemplo, las maquinillas de afeitar desechables cuando son rosas.
Las mujeres que más sufren la tasa rosa son las mujeres en edad fertil y por ello se le denomina el ‘impuesto menstrual’. No es solo por las maquinillas de afeitar desechables cuando son rosas, sino por el elevado precio de los productos imprescindibles que las mujeres utilizan al menos 4 a 5 días al mes, durante unos treinta años (de la menarquia, desde la primera regla, a la menopausia).
Era una injusticia manifiesta que el IVA que se aplicaba a los artículos de primera necesidad femenina fueran del 10%, en lugar de ser el 4%, como se aplicaba a otros productos declarados de necesidades básicas.
Afortunadamente, en la actualidad, en muchas existencias femeninas el IVA ha descendido, aunque no por igual en todas las comunidades autónomas. Sin embargo, no ha llegado al 0% y todavía algunos productos femeninos siguen teniendo IVA elevado.
No obstante, en estos momentos de recesión, en los que la actividad económica está sufriendo un lapso, las consumidoras están cambiando su comportamiento (y su confianza en ciertas marcas) y miran más los precios buscando los más ventajosos.
Productos más frecuentes
La tasa rosa ha sido una forma de discriminación que, indirectamente, ha perjudicado económicamente a las mujeres de todas las edades. Además de los desodorantes y los suavizantes o de los productos de higiene de necesidad básica como las maquinillas de afeitar, los protege-slips, tampones o compresas, también son elevados los precios de yogures y lácteos o de algunos analgésicos y antipiréticos. Pero, además, se han de añadir, los precios de otros productos de cuidado personal, de las peluquerías, de los perfumes, de la ropa infantil, juvenil y de adultos o la ropa femenina en la tintorería o de ciertos artículos para ancianas.
Se precisaría reeducar a los consumidores y conseguir un marco legal en el que los precios sean reflejo de la funcionalidad de los productos. Para ello, los abusos se deberían denunciar en las asociaciones de consumidores con el fin de que las políticas públicas hagan abandonar estrategias abusivas de marketing emocional, que tienen sus raíces en costumbres sexistas, y que provocan mayor gasto presupuestario a las mujeres derivando en la consiguiente discriminación económica, que añadida a la brecha salarial, contribuye a impedir el empoderamiento de niñas y de mujeres, en pie de igualdad.